miércoles, noviembre 22, 2006

La soledad divino tesoro

Un día lluvioso, uno de esos en los que avanzas, caminando, por la acera con paso apesadumbrado, mirando al suelo. No conoces a nadie, acabas de llegar al lugar y no sabes donde ir, tampoco conoces el idioma. Es de noche, no tienes casa. Estas empapado, cansado y hambriento.

Nadie te cruza la mirada, todos te esquivan, hueles mal, hace días que no te duchas. Llevas la misma ropa desde hace semanas, comienza a estar raida. Una de las zapatillas deja ver tus dedos, la otra apenas tiene suela, pisas un charco.

Cojeas de la pierna derecha, además estas de resaca y el cartón de vino que te estas acabando comienza a hacer efecto.

El pelo enmarañado, pegajoso, grasiento, brilla tenuemente bajo la luz de las farolas.

De la mochila, negra ya de la mierda adquirida del contacto con todo tipo suelos, comienzan a filtrarse restos de alimentos semigelatinosos que estan en un avanzado estado de putrefacción.

En la entrepierna de los pantalones se puede apreciar un cerco que se extiende hasta la rodilla izquierda, justo donde empieza el agujero que deja ver la rótula en carne viva semi-infectada, de orina pues la infección de orina, cuando hace frío se hace notar la hija de puta.

En el jersey de lana verde, casi gris ya, se puede ver y oler una gran mancha del vómito imposible de contener en el tren te que trajo hasta aqui. Una de las mangas emana un fétido olor a mierda, seguramente de perro, de la noche pasada cuando te dormiste en aquella esquina escondida, sobre un colchón abandonado pulgiento y bastante incómodo.

Sacas las manos de los bolsos, y te observas las uñas de centimetro que hace meses no limpias y bajo las cuales se puede observar una capa de petroleo.

El frío te hace toser, cosa nada agradable, pues los esputos verde-marronaceos, de los millones de cigarros cogidos de ceniceros, te cuelgan de la boca, por la barba cual baba de bebe. Te los límpias con la manga izquierda, bastante humeda ya de su continuo uso.

Justo en ese momento, en aquel preciso instante en el que levantas la mirada, para apurar los resquicios del vino contenido en el culo del cartón, observas a la mujer más bella que ha pisado el planeta jamas.

Viene caminando hacia ti, con paso largo, como a cámara lenta, como en las películas.
Su larga melena oscura ondea al aire en sentido contrario al movimiento del cuerpo.
La cara con aire agresivo y malo pero con toque sutiles de delicadeza le confieren al conjunto del rostro una belleza afrodisiaca.
Las piernas, se dejan imaginar tras los ajustados de color azul. El torso angelical, de proporciones aureas y senos redondos, maravillosos que te ipnotizan con su movimiento.
Los brazos en jarras, por llevar las manos en los bolsos de la chaqueta y sujetando el paraguas.

Justo en el momento en el cual pasa por tu lado, y estas decidido a decirle algo bonito, lo más precioso que jamas nadie a dicho a otra persona del sexo opuesto, la garganta obnubilada ante semejante belleza se colapsa, provocando una regurgitación del líquido ingerido para expulsarlo urgentemente del conducto faringeo.
Todo ello en el preciso momento del fantástico encuentro que cambiaría toda tu vida. Es inevitable empapar de papilla la chaqueta de tan hermosa señorita.

Inevitablemente ella huye despavorida pronuciando improperios que a tus oidos cerosos suenan a música divina.

1 comentario:

Fikus dijo...

Ostias! Es una texto y una descripcion realmente buena, me hace imaginar el aspecto demacrado de la situación....