Era una araña pequeña, regordeta, de tonos marrones y ocho patas. La vi cuando tenía que mover la furgoneta. Allí estaba colgada de un hilo y yo tenía que conducir.
Fui despacio al principio para que se refugiara, para que se diera cuenta que eso empezaba a desplazarse y que debía ponerse a cubierto, pero ella no tenía esa misma idea, así que según fui ganando velocidad, ella aguantaba el tirón. Colgaba de un hilo y avanzaba hacia mi ventanilla. Lo hacía venciendo la resistencia del aire que la empujaba, como en las películas los que cuelgan de los aviones en las escenas de peligro.
Cuando volvía mirar, ya en la M40, no estaba. Vi por el rabillo del ojo, o me lo imagino, la verdad es que no lo se, como caía. Algo de pena me dio, podía haberse escondido en su casa y que no hubiera pasado nada, sin embargo ahora seguramente esté muerta sobre el asfalto de un lugar desconocido.
En el espejo aún están sus pertenencias, no pienso quitarlas hasta que se caigan, o que otra ocupe su lugar.
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